Desnudos en la red

En una charla etílica con un amigo que, además, es editor de una revista, parece que el tema de conversación le pareció suficientemente interesante y me propuso: "¿te animás a escribir eso en 8000 caracteres?" Y esto fue lo que salió de esa botella de vino. Fue publicado, con un párrafo agregado, en la revista Miradas al Sur el 11 de Enero de 2015.

Desnudos en la Red
En la computadora de casa presioné la 'f' y Google propuso "facultad de ciencias naturales". Luego, mientras viajaba en tren, una duda fue creciendo, y al llegar al trabajo presioné nuevamente la 'f', y Google propuso "facebook".
Esto no sólo habla de la diferencia entre lo que se hace con la computadora en una casa y lo que se hace en el lugar de trabajo. También señala que los servicios de Internet conocen esa diferencia.
Que esto ocurra así no es casualidad, es parte del servicio que brindan algunas empresas. Al leer diferentes textos en Internet, la publicidad que aparecerá alrededor estará relacionada con lo que estamos haciendo o leyendo, o con lo que hicimos los últimos días, o incluso con lo que haremos en días próximos. Y esta característica del servicio es vendida como parte de sus bondades, porque hace que la publicidad que indefectiblemente tendremos que leer tenga mejores chances de resultar útil (aunque claro, cabe preguntarse útil para quién). Y para que todo esto pueda funcionar así, los servicios de Internet tienen que acumular información sobre las actividades nuestras y de otras personas semejantes a nosotros.
La asombrosa precisión a que puede llegar la predicción de nuestras búsquedas es una muestra del nivel de inteligencia al que está llegando la tecnología para procesar un volumen tan grande de información como el que se acumula. Para promocionar este tipo de servicios, esta inteligencia es presentada como una importante ventaja, "búsquedas más rápidas al predecir tu búsqueda", "predicciones más precisas incluso si no sabes lo que estás buscando", esas son las palabras que usan los publicistas de Google.
¿Puede ser que Google conozca mis gustos e intereses mejor que yo? Peor aún, ¿puede ser que me conozca más que mi psicólogo?
Tim Cook (un gran vendedor de tecnología) lo dejó claro: "cuando un servicio en línea es gratuito, no sos el cliente. Sos el producto."
Al utilizar servicios en Internet, tácitamente estamos aceptando un acuerdo sobre el uso de la información, que habitualmente se denomina política de privacidad.
Facebook tiene una política de privacidad, aunque suene contradictorio hablar de privacidad en el servicio de Internet más exhibicionista de todos. Ese documento indica que la información recopilada será toda la información aportada por usted mismo (datos personales, fotos, videos, etcétera), información sobre el uso que haga de Facebook (qué le gusta, qué comparte con otros, cuándo y dónde utiliza sus servicios), e información procedente de otros usuarios. En general, todo lo que usted diga u otros digan saber de usted es información que Facebook podrá utilizar.
En el caso de Google, la política de privacidad es más específica en cuanto a qué información recogen. Por un lado está toda la información que explícitamente se aporte, como nombre, domicilio, fotos, teléfonos o número de tarjeta de crédito. También información sobre el uso que se haga de cualquiera de sus servicios, por ejemplo los anuncios que lee mientras está navegando, y si interactúa con alguno de ellos, el dispositivo que utiliza para conectarse, las búsquedas que realiza, datos telefónicos como su número o el de quien lo llama, o la duración de la llamada, además de datos sobre su ubicación física (ya sea usando el GPS del teléfono, los puntos de conexión WIFI, o las antenas de las empresas telefónicas que utilice).
Ya lo escribió Julio Cortázar, no te regalan un smartphone, tú eres el regalado...
Porque, si algún distraído aún no lo sabía, Google es dueño de Android, el sistema operativo que acapara alrededor del 80% del mercado de teléfonos inteligentes (contra un 13% del iOS de los iPhones, mientras que el resto se reparte entre actores "menores" como el Windows de Bill Gates o los BlackBerry).
Richard Stallman (reconocido gurú del software libre), se refiere a los teléfonos inteligentes como “el sueño de Stalin”, “herramienta del Gran Hermano”, y aclara “no voy a traer un dispositivo de rastreo que graba dónde estoy todo el tiempo y no voy a traer un dispositivo de vigilancia que puede ser encendido para espiar”.
Pero no hay que ser tan paranoicos, ¿a qué persona, que tenga el poder de comprarla, puede interesarle la información acerca de lo que yo hago? (Más allá de a algún publicista que esté diseñando alguna campaña).
Redes como Facebook o Twitter son utilizadas por millones de personas para exhibir aspectos de su vida personal ante otros usuarios. Es difícil alegar desconocimiento de que esa información que voluntariamente aportamos pueda ser utilizada por cualquiera con capacidad de leerla. Pretender privacidad en un entorno en el que nos medimos por cuántos contactos tenemos o por cuántas personas leen lo que escribimos o miran nuestras fotos se aproxima bastante al ridículo.
Hoy quedan pocos ámbitos privados. En las ciudades las cámaras proliferan por todos lados, no sólo las cámaras de seguridad, sino las de fotógrafos aficionados y las de cualquier transeúnte con un teléfono a mano. La inviolabilidad de la correspondencia siempre fue una utopía que sólo figuraba como garantía legal, y que al avanzar la tecnología cada vez se aleja más de poder ser algo real. Hay personas que intencionalmente colocan dispositivos de rastreo en los vehículos que conducen, o que activan el sistema de rastreo de sus teléfonos, como medidas de seguridad. Otros contratan empresas de seguridad para que monitoreen las alarmas, la entrada y la salida de sus viviendas. Parece que en realidad no queremos tanto nuestra privacidad. Vivimos en una sociedad en la que probablemente los únicos ambientes privados sean el baño y el dormitorio (y a veces ni tanto). Y salvo algunos reflejos espasmódicos cada tanto, no parece ser algo que realmente nos moleste.
Es cierto que existen (unas pocas) cosas que realmente deben ser manejadas con discreción, como podría ser la seguridad de un gobernante, o la investigación de un delito. Y en este tipo de cuestiones de seguridad siempre hay una carrera detrás de la tecnología.
Pero para el resto de los mortales la situación pasa por ser un poco más conscientes de cómo es la sociedad en que vivimos. En pueblos pequeños, o ciudades con pocos miles de habitantes, todos saben que casi nada de lo que hagan será secreto realmente. Las noticias corren rápido y el boca en boca puede atravesar el pueblo a velocidades sorprendentes. En cambio, en ciudades con cientos de miles de habitantes, la gran masividad otorga una mayor sensación de privacidad; a veces los vecinos no se conocen, y en cualquier caso la mayoría de las personas no parecen muy interesadas en lo que hacen quienes están alrededor. No es que podamos cruzar frente a cientos de cámaras y a miles de ojos sin ser vistos, el anonimato se basa simplemente en que a pocos les interesa mirarnos.
Hay 2400 millones de usuarios de Internet, de los cuales quizá la mitad utilicen Facebook y casi todos usen algún producto de Google. Entre tanta cantidad la sensación de anonimato es muy natural. Pero así como en una gran ciudad, por más grande que fuera, a pocos se les ocurriría andar desnudos por la calle o pegar fotos de la familia en los muros, es hora de ir aprendiendo que criterios semejantes deberían aplicarse también en Internet.
Las frases que googleamos, los links que clickeamos, nuestros contactos en redes sociales y las apps de nuestros dispositivos móviles nos definen como objetos de Internet. No podemos controlar que aquel que nos provee de un servicio sepa qué hacemos con él. ¿Podremos, al menos, controlar qué y cómo los utilizamos?
El Gran Hermano conoce tus gustos e intereses, y te los deja al alcance de un click.

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